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martes, 15 de marzo de 2016

UN FRAGMENTO A OLVIDAR DE MI VIDA. III

   Puedo seguir contando penurias y calamidades de este lugar dónde me encontraba pero sería innecesario hacer leña del árbol caído. Así que voy a centrarme en lo que realmente me ha motivado para escribir estos fragmentos de mi vida.
   Por una parte presenciar una reunión evangelista en un centro de desintoxicación. Desconozco si en la vida ordinaria estas prácticas se hacen de la misma manera pero lo que yo allí vi impresiona.
  Un círculo de unas cincuenta personas, sentadas en sillas, pegando voces y aclamando a Cristo para que les perdonase sus pecados. Pegándose golpes en el pecho. Entrecruzándose gritos de unos y otros.
   En definitiva, un conjunto de voces, golpes en el pecho biblia en mano, de arrepentimiento de vidas pasadas, de haber quién era el más culpable o de quien demostraba de la manera más exaltada su adoctrinamiento y su fe. Una verdadera locura.
   Yo nunca he sido de sentir un pensamiento único cómo guía de mis pasos. Allí lo que había era adepto. El pensamiento tiene que ser libre y, en aquel lugar, estaba coaccionado.
   Esto lo podría haber contado de otra forma, una quizás más literaria, pero lo que aquí quiero reflejar es el acto. No quiero escribir mi mejor párrafo. Quiero reflejar mi visión personal de unos hechos que puede estar subjetivado pero que son los que yo me lleve de allí.
   Al día siguiente decidí abandonar mientras estaba seleccionado papas viejas en buen estado de las que estaban podridas.
   Los trámites de abandono son los mismos que en cualquier otro centro. Se lo comunicas a tu sombra, este al segundo y el segundo al director.
   Todos intentaban convencerme de que allí no estaba tan mal y que Dios se había cruzado en mí camino y que era este el que me guiaría para dejar de beber.
   Por supuesto, no deje que me convencieran. Eran adoctrinados enunciando discursos aprendidos de anteriores abandonos o, puede, que de abandonos propios rectificados antes de lo que ellos consideraban el desamparo de Dios.
   Me ayudaron ha hacer las maletas y u responsable me dijo que había llevado mucha ropa para quedarme tan solo una semana. Iba con una bolsa de basura de contenedor llena de ropa y con un macuto aparte. Me dieron cuatro euros. Dos y medio para el tren de cercanías hasta  Atocha y uno para llamar a mi familia. Me dejaron en la estación. Desamparado.  
   Lo primero que hice cundo llegue a la estación de cercanías fue pedir un cigarro. Llevaba una semana sin fumar y necesitaba al menos uno. Luego saque el billete y dirigí mis paso hacia Atocha, sin ningún plan.
   Estaba en una ciudad que no conocía a nadie, sin un duro y sin la posibilidad de volver a Sevilla. El trayecto de cercanías a Atocha fue funesto.
  En la estación de Atocha, al lado de una papelera, deje el saco de ropa. Era imposible moverse libremente con ese trasto a cuestas.
  Llame a mi hermana pero con un euro apenas pude decirle que me había salido del centro. No tuve tiempo para más. La providencia me abandonó. Al menos, eso era lo que aparentaba pero me sucedieron cosas increíbles, todas nacidas de la buena voluntad de las personas, de la solidaridad y de la empatía, y por supuesto, por llegar a dar con personas que ven más allá de su deber y actúan  de facto. Independientemente de cual sea su acometido.


Pero eso lo dejo para el próximo día.

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